
ROCÍO MÁRQUEZ – El Niño

EL Niño
Artist : Rocío Márquez
Release Date : September 1, 2014
Label : Universal Music
Format : CD
Recorded at DOMI Estudio and Estudios Calamar
Produced by Faustino Núñez and Raül Fernandez
Mixed by Raül Fernandez at Estudios Calamar
Mastered by Alex Psaroudakis at M-Works Mastering
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Rocío Márquez is a young flamenco singer and composer with much performing experience in flamenco associations and festivals. Winner of the prestigious Lámpara Minera in 2008, Rocío is, without a doubt, the leading flamenco voice of a new generation.
Master flamenco singer and investigator with a wide range of forms, Márquez combines prodigious technique with a unique capacity to stir emotions. She takes on classic forms, “ida y vuelta” and mining songs with profound respect, from a stance of knowledge, and of someone who has learned to understand based on study and repeated listening.
“El Niño” is a tribute to the unequaled Pepe Marchena, and although this is previously defended ground, this time we’re seeing an exceptional recording in which music and concepts seamlessly complement one another. Rocío pays tribute to classic Marchena, a singer with encyclopedic knowledge of the forms, as well as to Marchena the creator, the tireless innovator of new styles, and inspired investigator of flamenco singing.
The classic portion was produced by Faustino Núñez with Pepe Habichuela, Manolo Franco, Manolo Herrera and Raúl Rodríguez on guitar. The new creations include the work of Raül Fernández Miró (Refree) as producer and multi-instrumentalist, and guest artists Niño de Elche singing, Oriol Roca on drums and Miguel Ángel Cortés on guitar.
- Rocío Márquez: cante
- Miguel Ángel Cortés: guitar
- Manolo Herrera: guitar
- Raül Fernández: electric guitar, keyboards, charango, samplers
- Oriol Roca: drums
- Niño de Elche: vocals, palmas
- Nacho Umbert, Maria Illa: back vocals
- Cor de grau elemental d’Amics de la Unió: choral
- Manolo Franco: guitar
- Víctor García: drums
- Raúl Rodríguez: tres
- Pepe Habichuela: guitar
Press
Mientras los amigos de Rocío Márquez jugaban, ella se escapaba a escuchar “a los viejos”. Debía de resultar extraño ver a aquella niña rubia de ojos muy claros en las peñas flamencas acompañada por sus padres (él, profesor de enfermería; ella, trabajadora en un hospital). Ajenos a aquel mundo, se dejaban arrastrar por la mano pequeña y firme de su hijita al tiempo inmemorial de los cabales, las peteneras, los fandangos y las bulerías. “Les daba mucho vértigo, pero me apoyaron, a los nueve años me subí por primera vez al escenario de una peña”, recuerda hoy la cantaora. “Quizá mi madre no me ha enseñado una soleá o una seguiriya, pero sí el amor por lo que hago”. Rocío Márquez (Huelva 1985) acaba de publicar El niño (Universal), un trabajo sobre Pepe Marchena, El Niño de Marchena, que no pretende ser un homenaje a este mito del flamenco sino una transmisión de su legado. El disco circula en zigzag por pasado y presente, por tradición y vanguardia. Con producción de Raül Fernández Miró Refree y Faustino Núñez, la colaboración de El Niño de Elche y las ideas del flamencólogo y artista Pedro G. Romero, el álbum se adentra en ese camino marchenero que, como explica Romero, “no ve diferencias entre lo nuevo y lo viejo”. Estudiante de música, la tesis (“sin acabar”) de Rocío Márquez —que cita como influencia en su formación a Gloria Muñoz, profesora de cante lírico que le ayudó a superar unos nódulos cuando tenía 11 años—, versa en la obra de Marchena. El niño forma parte de esa investigación, en él no hay ni versiones, ni tributos, solo una ruta común. “Me daba mucho miedo que con un personaje tan transgresor se perdiera lo más importante: la esencia. Marchena no se planteaba qué era flamenco y qué no”, asegura Márquez. “Cogía un texto de los hermanos Álvarez Quintero o tomaba ideas de los cafés cantantes en los que trabajó y ya está; su conocimiento de la tradición le permitía la más absoluta libertad”. Enormemente carismático, pese a sus orígenes en la más pura miseria, Marchena era conocido por ir siempre de punta en blanco. “Él decía ‘yo soy el primero que he vestido el flamenco de limpio’. Era pura fantasía”. Es esa imaginación misma que inspira El niño la que enciende a sus detractores. En su presentación en directo en la pasada Bienal de Sevilla (en Madrid será el 24 de octubre en el Auditorio Nacional), el disco provocó esas querellas entre puristas y vanguardistas que ya solo parecen existir en el territorio flamenco. Un crítico escribió: “Los flamencos tenemos el cuerpo hecho a estos sustos desde el Omega de Morente, pero es lo último que nos esperábamos de Rocío”. Ay, Rocío, la joven que en 2008 logró la Lámpara Minera del Festival del Cante de las Minas de la Unión y los cuatro primeros premios, algo que hasta ese momento solo había logrado Miguel Poveda, se arranca con un disco en el que no bastan voz y guitarra. “Mis queridos talibanes”, suspira ella ante las críticas. “Solo me interesan las opiniones constructivas. Yo creo que hay que partir de lo clásico, pero sin limitaciones. No he vivido una guerra, no he pasado hambre, he ido a la universidad y a mis amigos les gusta Extremoduro. No puedo ser igual que los de antes. La tradición debe vivir en el presente. En el siglo XVIII ya existía el debate sobre la pureza y aquellos que entonces no eran académicos y traicionaban la tradición hoy son nuestros referentes. Quizá reproducir sin más el pasado solo es ofrecer algo sin vida. Y lo que no está vivo, está muerto”. Elsa Fernández-Santos, El País (October 2014)
Fulgurante, la distance qui sépare El Niño du premier album, Claridad, paru en 2012 ! On avait apprécié la douceur, l’expressivité vocale de Rocío Marquez, cette chanteuse de flamenco n’appartenant pas au monde gitan, née en 1985 à Huelva (sud de l’Andalousie) et révélée en France au festival Les Suds, à Arles, en 2010. L’audace, la créativité de sa nouvelle proposition, enthousiasme. L’ombre d’Enrique Morente (1942-2010), rénovateur exaltant du genre, plane sur les paysages mouvants, les creux et les pics, les clartés et les nuits de ce flamenco audacieux de contemporanéité d’où s’exhale une odeur de terre transie de chaleur. Un flamenco ouvert sur les sonorités électriques, Cuba, et l’Amérique du Sud, la romance et le chanté-parlé. Une autre ombre d’importance occupe l’espace : celle de José Tejada Marín (1903-1976), dit Niño de Marchena, qui, lui aussi, narguait avec maestria codes et références. Remarquablement accompagnée (Raul Fernandez, Pepe Habichuela, El Niño de Elche…), Rocio Marquez adapte plusieurs de ses textes. Il est ici le fil conducteur de sa « liberté d’expression ». Patrick Labesse, Le Monde (February 2015)
Diez pronunciamientos por mor de la obra “El Niño”
Primero:
Hace algunos años, al término de una charla que yo había dado en una peña flamenca andaluza, vino a saludarme un aficionao para darme las gracias: en mi disertación proclamé la honda grandeza de Pepe Marchena y el aficionao, que llevaba en secreto su devoción marchenera, podría, al fin, después de oírme, argumentar en voz alta, sin avergonzarse, su condición de partidario del Niño, según hubiera dicho el de la Matrona. Ahora, con la publicación de este precioso trabajo de Rocío Márquez, el aficionao o dígase mejor: la afición tiene más que argumentos motivos de intensa alegría, placer colmado. Se llama orgullo de saber y celebrar que el Niño existió y dejó en herencia obra tan caudalosa como bella.
Segundo:
Se puede decir por to lo alto: En tiempos de mediocridades tantas en todo y casi por todo, verlahí como una mujer valiente y un equipo de rango, pueden conseguir la excelencia de una obra ejemplar, perdurable le auguro, rompedora y clásica, medida, soñada y tela, pero tela, de trabajada con amor que pone profesionalidad y talento y pone entusiasmo y pone esfuerzo y pone magia y pone fantasía.
Tercero:
Para mí este Niño tiene y tendrá el alcance que en su momento tuvo el Homenaje a Don Antonio Chacón que impresionaron Morente y Pepe Habichuela en los años setenta del siglo que pasó. Y aunque formalmente no conste, en las costuras del disco está Enrique como eslabón que une y que ilumina; pienso: Sin Silverio no hay Chacón, sin Chacón no hay Niño Marchena, sin Niño Marchena no hay Morente, sin Morente no hay esta Rocío Márquez. Obvio es que hay y son muchos más los nombres pero éstos son arquitectos que dibujan la estructura de los cantes que aquí se tratan, considero.
Cuarto:
El Niño tiene la precisión del baile de los astros y la lozanía de una rosa y tiene la transparencia de un cristal bañado de luz y el sutil nervio apasionado de la música y tiene fragancia de ensueño y el aire adorable de la voz que predomina en los tonos que son que conoce que alcanza que domina y que goza.
Quinto:
Puede ser una cuestión menor pero a mí me es la mar de grato y me emosiona ese formidable fraseo de eses marcheneras que tan frecuente se mese y se barselonea y se esensia y resa y se estremese y vosea galarosa y nueses y dise floresío y esperansa y dise sincuenta y siete y amaneser y corasones y sierta…
Sexto:
El álbum contiene erudición afición y ciencia, además de la omnipresencia de Rocío admirable cuenta con la sabiduría de Pedro G. Romero y la memoria de Faustino Núñez, y eso se nota.
Séptimo:
No sólo se pretende y se logra traer al Niño de Marchena al siglo XXI, también se vuelcan sobre el pasado y el futuro gritos alaríos palabras y versos que pertenecen a lo contemporáneo: no todo, manque casi todo sea recordar y restablecer con brillo magnífico: también hay poderosos guiños a lo nuevo que no se cantaba y entonces el Niño de Elche con Rocío juegan a descubrir y se encuentran, se quejan, se duelen… así fueran el punto de sal a tanta caminata de melancolía y dulzura.
Octavo:
La voz es la voz pero la voz además de fresca y hermosa y estudiosa y limpia y clara es sabia y busca apoyos: el de Raül Fernandez Refree, colosal; y el de Raúl Rodríguez, puntero; y el de Manuel Herrera, imponente; y el de Manolo Franco, juncal; y el de Pepe Habichuela, magistral. Hagan el favor de revisarlo, si quieren, cuando escuchen el disco, y comprueben si se corresponden así los adjetivos; podría haber más, sin duda, uno por uno.
Noveno:
El Niño este me lleva a recordar que en cierta ocasión me dio por pensar que el cante, en su más primitiva y originaria condición tiene semblante femenino, es expresión de mujer, de hembra. ¿Qué gritos se oyen cuando las multitudes claman? ¿Por qué no existe en castellano la palabra plañidero? ¿Quién como una mujer para gemir con desvergüenza el placer o el llanto? Todas estas y más preguntas me hacen formular la siguiente: ¿Acaso el maestro Pepe Marchena, que era tan hombre, no buscó –deliberadamente o por instinto– en su lado femenino para organizar su obra cantaora? ¿No tiene toda ella, tan limpiamente caprichosa, como llena de bordados, claros aspectos de lo que se acostumbra a señalar como propio de mujer?
Décimo:
“Saeta sin melodía del siglo XVI” se le ocurrió de llamar a Pepe a estas cumbres estremecidas por las maravillosas entonaciones que él compuso a partir de la copla popular. Es el canto que culmina este Niño. O sea el omega. Pero también es aviso de principio, creo. Señala no únicamente ecos del tiempo pasado sino legítimos aldabonazos de ahora, del tiempo en que somos y del tiempo que viene. Rocío se emplaza a lo futuro. Ha cumplido un deber, una devoción, tal vez una promesa. Se ha enfrentado a un reto y para mí que el desafío ha colmado de satisfacción el gusto de nosotros, aunque ella quiera más y hace bien en no conformarse: ha subío un peldaño y tiene abiertas las puertas de la vida. Jose Luis Ortiz Nuevo, El Estado Mental (December 2014)
En muy pocos géneros musicales del mundo occidental, hay una tensión tan marcada entre el sector tradicionalista y los nuevos intérpretes como en el flamenco. A los aferrados de los modos históricos les cuesta aceptar que se trata de un patrimonio cultural vivo que sigue su propia dinámica y evolución. Por supuesto que se deben conocer y apreciar los orígenes, pero hay que entender que la única manera de conservarlos es saber cómo proyectarlos hacia el futuro con inteligencia y algo de desparpajo. Es así como se han impuesto y siguen brillando con luz propia dos discos que marcan un antes y un después del arte del cante jondo. Inicialmente La leyenda del tiempo (1979), que le debemos al inmenso Camarón de la Isla, y después vendría Omega (1996) que firmó el gran maestro Enrique Morente junto al grupo Lagartija Nick. En el primero de ellos también soplan los vientos del jazz, pero en los dos hay marcados acentos de la fuerza y las maneras del rock. Ambos son Lp´s excepcionales que forman parte de un universo que es reacio —a su manera— para entender y justificar los momentos en los que se presenta la reinvención. En tales querencias flamencas, tradición y modernidad son una especie de estira y afloja que ha permitido la aparición de figuras que contribuyen a renovaciones radicales. Y no son pocas, la lista es nutrida pero Paco de Lucía, Tomatito, Kiko Veneno y últimamente Javier Limón, son nombres para considerar en el cuadro de honor de esta música mestiza. Y cuando apenas el año pasado apreciamos los desplantes de la brillante cantante Silvia Pérez Cruz junto a Raül Fernandez Miró “Refree” en su muy atrevido álbum Granada, hubiéramos podido pensar que no sobrevendría tan seguido otro alud de fino y elegante flamenquismo. En su segundo disco (tras debutar en 2012 con Claridad), Rocío Márquez decidió no guardarse nada y hacer un homenaje a otra figura polémica por heterodoxa: Pepe Marchena, muy avezado en la parte histórica pero capaz también de inventar nuevos “palos” y acercarse a la música más popular de la península ibérica de su época. Coplas, tonadillas y rumba eran —y son vistas— por debajo del hombro por los puristas. Resulta que esta cantaora excepcional lo ganó todo en el Festival del Cante de las Minas de la Unión del 2008 (algo que sólo había logrado Miguel Poveda) y sorprendió con El niño (Universal, 2014) que surge del sobrenombre del cantante. Lo que hace es seguir sus enseñanzas de investigadora y dar con piezas que reflejen su personalidad —reinterpretar es volver a crear—. Se trata de una joven mujer que conoce muy bien el interior de la academia y que planea con cuidado cada paso a seguir. Rocío sabía que no se harían esperar las críticas y sin titubear les sale al paso: «Mis queridos talibanes… Solo me interesan las opiniones constructivas. Yo creo que hay que partir de lo clásico, pero sin limitaciones. No he vivido una guerra, no he pasado hambre, he ido a la universidad y a mis amigos les gusta Extremoduro. No puedo ser igual que los de antes. La tradición debe vivir en el presente. En el siglo XVIII ya existía el debate sobre la pureza y aquellos que entonces no eran académicos y traicionaban la tradición hoy son nuestros referentes. Quizá reproducir sin más el pasado solo es ofrecer algo sin vida. Y lo que no está vivo, está muerto»; así se lo reitero a la periodista Elsa Fernández-Santos en una conversación a finales de año para el diario El país. Márquez (Huelva, 1985) ha dedicado a “El Niño de Marchena” una tesis que todavía no concluye pero que le permitió profundizar en el pasado para seguir descubriendo material sorprendente e innovador. En el álbum se encuentran esas dos caras de una misma moneda. Para su parte más clásica recibió consejo del flamencólogo y artista Pedro G. Romero y se encargó la producción a Faustino Nuñez, quien coordinó a una serie ilustre de colaboradores entre los que se cuentan Pepe Habichuela, Manolo Franco, Manolo Herrera y Raúl Rodríguez. Para luego saltar hacia esa vertiente visionaria en la que luce –una vez más- la producción y guitarra de Raül Fernandez Miró (Refree) e invitados como Niño de Elche (cante), Oriol Roca (batería) y Miguel Ángel Cortés (guitarra). Marchena no encontraba diferencias abismales entre las modalidades nuevas y viejas, así que hizo que se alternaran y convivieran de la mejor manera en un álbum lleno de filigrana e inspiración. Cada participante fue respetuoso y atrevido por partes iguales, cada uno supo lo que debía aportar; sólo así se pudo lograr una disco mayúsculo de 17 partes del que —afirman los expertos— que Rocío logró cantar por Morente, como si el cantaor ya fuera un palo flamenco en sí mismo. Un elogio mayúsculo. El niño es una obra para adentrarse y conocerla como una totalidad, pero a fuerza de tener que hallar sus pasadizos de entrada más fascinantes, habré de decantarme por “Los extraños” y “Una rosa”; ambas con esa carga experimental que no opaca su exuberante belleza. Rocío Márquez ya trae de cuna el talento vocal que ha logrado desarrollar en clasicismo y vanguardia. Es una artista madura con todo y su juventud. Ella nos confirma que en este Cabaret de galaxias, todos los días sube a un escenario gente que sorprende con su arte mayúsculo.Juan Carlos Hidalgo, Tierra Adentro (February 2015)
Los fenómenos de la naturaleza tienen una curiosa mezcla de simplicidad y complejidad que, en su aparente perfección y acabamiento, esconden complejas reglas que los matemáticos tratan de estudiar y catalogar. Lo lineal se torna radial y lo cerrado se abre en mil detalles. La semilla genera un árbol que a su vez genera flores, frutos y más semillas. El lenguaje y el canto, la música y la voz humana son buena muestra de cómo, con elementos simples, se crean construcciones complejas que transmiten orden o caos. Y del caos venimos todos con nuestro supuesto-impuesto orden. La aproximación que ha realizado la artista y cantaora Rocío Márquez al universo semiolvidado de Pepe Marchena en el disco llamado El Niño, metáfora de esa creación seminal que crece y se transforma, no ha dejado indiferente a casi nadie, aunque algunos esperarán en silencio, de la misma forma que esperaron con Morente (hasta su muerte), la clave que les permita insertarlo en algún esquema manejable. La presentación en la Bienal 2014 hecha sin concesiones, escenografías, ni paños calientes, pero también sin pretensiones, puso al público y crítica asistente en una difícil tesitura: tratar de comprender vs dejarse llevar. Y es que cuando la fuerza de la naturaleza comienza, en forma de gota de agua insistente o en forma de tormenta urgente, ya no hay nada que la detenga. La primera parte del recital en el Teatro Central de Sevilla fue la gota insistente que te va calando o agujereando el alma, como en la Seguiriya, y después dio paso a la segunda parte que fue un tsunami de emociones y capas de significados que casi no daba tiempo a captar. Un planteamiento polarizado, el del Central, que separó en dos bloques, clásico contra experimental, lo que en el disco aparece mezclado y entreverado de forma natural formando un universo perfectamente equilibrado. Analizar en profundidad este universo necesitaría más tiempo que crearlo pero ocurre que una mirada demasiado inquisitiva afecta a su realidad como un nuevo principio de incertidumbre: si no lo asumes completo se resistirá a dejarnos pasar. Las pistas del disco, producido con maestría por Faustino Nuñez y Raül Fernández Refree, se van sucediendo con sus pausas, pero la continuidad musical es tal que se podría haber escogido crear una sola pista que se escuchara en bucle sin fin pues la última enlaza con la primera. Comienza con una pieza revolucionaria, una Granaína del revés, transgresión subliminal, plena de citas, que va de lo tonal a lo ambiguo, de lo medieval a lo actual, de la voz, como origen de todo, a la guitarra como arma-herramienta en las manos siempre sensibles de Manolo Herrera; Granaína que, como un átomo reconcentrado que estalla y lo ocupa todo, ya contiene al resto de las obras del disco. Y de Granada a Huelva pasando por Barcelona con los fandangos titulados “Orillo Barcelonés”, suerte de acertijos sobre geometrías y aritméticas del querer que se enrevesa y se ensortija en los melismas finales en la voz de Rocío. Más adelante encontraremos otros fandangos, en este caso naturales, con “Cruz de piedra” donde Pedro G. Romero llega a hablar de cubismo pero, aún más, lo que vemos es expresionismo de raíz hispana como en una pintura de El Greco o de Gutierrez Solana. Una de las grandes piezas del disco es “El Venadito”: comienza tímidamente en un modo naif, apoyándose en la tradición oral, y reconstruye, capa a capa, el proceso de creación que hizo Marchena con la Colombiana culminando en una capa nueva, que Rocío se gana a pulso poder añadir, creando un himno para el S. XXI, que pasa de lo local a lo universal, “Oye mi voz”, y que se apoya, en su primera aparición, sobre rítmicos sonidos industriales y en la segunda en un charango evocador. Y es curioso como la misma esencia de los temas musicales evoca el concepto “ida y vuelta”, la ida al pasado con el tema matriz de sonidos ascendentes, la recreación marchenera que se demora en lo alto y ese volver con el tema nuevo en sonidos descendentes que cierra el círculo. El tropicalismo y lo colonial vuelven a aparecer en la Guajira “Alumbra el firmamento” y en la Milonga “El año del cometa” llegando a su culmen con el Punto y Milonga “Una noche que la luna”, donde el apoyo del Tres cubano de Raúl Rodríguez alcanza su más cristalina expresión además de encontrarnos con múltiples referencias astrológicas, y es que en el trópico los cielos son más brillantes y la noche es un espectáculo para los sentidos. Pero de vuelta a España se ha de llegar hasta levante y encontrar esas filosofías demoledoras que preñan las letras, “Los astros por qué se mueven”, del improvisador trovero y los intrincados tonos de armonía inestable de los cantes mineros proclives a dejar volar la imaginación desde lo particular a lo cosmológico, de lo terrenal a lo sublime. “Lo que tu querer me cuesta”, es la Soleá, no una solea más, es la soleá arquetípica, la que querrías escuchar si te despiertas de madrugada con un vacío en el estomago y hambre de flamenco. Y es normal que sea así pues escoge, recoge y convoca, en la elección contrastante de los temas musicales y las letras, junto a la sonanta clásica de Manolo Franco, lo que la discusión musicológica trata de descifrar: el caracter cambiante y mestizo fruto de las aportaciones personales que sucede y sucedió en la siempre viva creación flamenca. Viva, aunque algunos la quieran momificar… olvidando, o queriendo olvidar, que en el flamenco, en sus músicas y sus palabras, opera un proceso de creación y re-creación continuo que va añadiendo capas mas grandes o más pequeñas, perfectas o imperfectas como en los pétalos de una rosa. “No le toques ya más, que así es la rosa” canta una inspirada Rocío por Juan Ramón y nos lleva hasta Shakespeare para hablarnos de las espinas, las sombras de la realidad, las que llevamos con nosotros en señal de que la luz existe y nos acordamos del momento anterior en boca del trovero con sus cavilaciones y vemos que en el fondo piensan igual. Con los “Castillos invulnerables” encontramos dos versiones minimalistas de los Tangos que son complementarias, a través de un sustrato rítmico común, pero que son únicas en su letra-declaración donde nuestra cantaora se afirma en su camino: “han tratado de derribarme pero que nunca lo han conseguido”. Y el tema que mejor demuestra su implicación en este disco es el gran fresco sonoro que se produce en “Los esclavos”, con la colaboración de Niño de Elche. Aquí Rocío utiliza todos los recursos de su voz pero integrados en una gran construcción en forma de arco que comienza con una dulzura llena de ironía, casi resentimiento, y evoluciona de nuevo por capas de voces creciendo en tensión y disparando la letanía numeral del Gitano de Oro por boca de Niño de Elche, rosario pagano de afrentas que nos llena de inquietud, en un universo sonoro, de ruido y furia, más cercano al experimentalismo de John Cage que al Hard Rock, que se volverá a escuchar en la Saeta “Las cumbres se estremecieron” como remate del disco. Uno de los engarces de lo actual con el pasado es el toque de Pepe Habichuela, tan clásico, tan moderno, siempre original, en la Seguiriya “Plañidera del testigo falso” y en la Malagueña“Al pie de tu celosía” donde Rocío muestra sus dotes dramáticas y expresivas pero también la contención. Transmitir emoción con voz de terciopelo y que simultáneamente se noten las espinas, es el mayor logro de este trabajo, pero no el único, también lo es ser fiel a la propia idea, al impulso valiente de quien no está pensando en notoriedad y aquiescencia, explorando terrenos desconocidos en la frontera fértil en cuyo límite, alimentándose de tierra vieja y nueva, florece la rosa. Bernardo Sáez, Sinfonía Virtual (January 2015)
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